Black jeans, black shirt.
Alemania apareció en el lugar donde ya sabía que
estaba.
Le busqué.
Le busque sin saberlo durante meses, durante años, durante lágrimas y
durante decepciones.
Alemania era alguien a quien acababa de conocer y alguien a quien
conocía desde hace mucho. Alguien que se fue sin celebrar el destrozo que había
causado y que estaba dispuesto a explorar el terreno nuevo del que estaba hecho
Japón.
Alemania no me miraba y yo ya sabía por qué. También sabía lo que iba
a hacer y que vendría cuando quisiese declararme la guerra o la paz.
Desde Japón, Alemania se ve muy lejana hasta que las tropas
desembarcan.
Alemania es el hijo del diablo porque sus padres son caracteres
viciados y sabe de abandono más que de cualquier otra cosa. Por eso nunca
necesita soldados ni tampoco se asienta en un terreno más de un par de horas de
sueño.
Alemania vive en Los Angeles y ha coincidido con Japón en medio del
siglo XIV.
En el mismo momento. A la misma hora. En el mismo lugar.
Y eso para Japón es la descripción de amor.
Porque Japón sabe que no hay nada más en el mundo que el ahora, y espera
que de un momento a otro Alemania le lance una bomba un par de veces más grande
que la que sufrió en Hiroshima.
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